Inmensidão
Como en aquel sueño reiterado en el que solo había agua a mi alrededor y una pared de cemento formando una ventana hacia el mar como no podia ser de otra forma, el horizonte era una frontera abierta ante nuestros ojos, ojos que compartían una sola visión: eternidad marina. Ojos: órganos de visión que, llenos de mar como los de los pescadores, son quemados por el reflejo solar aumentado con los prismáticos, enrojecidos con el cansancio y de nuevo, abrasados por la ausencia de nubes.
Horizonte: línea redonda y circular cual galleta, a nuestro alrededor. Infinita visión atemporal, deshoraria y deslocalizada que finaliza en el propio horizonte con una caída levemente inclinada. Fino y preciso trazado con compás en el que el observador siempre aparece en el punto medio del círculo- siempre, en brutal exactitud-.
Velero: aparato de fabricación humana que trata de moverse por la inmensidad antiguamente descrita. Velas latinas, velas zarandeadas, rebeldes a los golpes de timón y obedientes en ocasiones cuando tres personas, coordinadas espacio-temporal y anímicamente, en él tiran de sus cabos.
En medio de esta belleza solitaria y tan aparentemente falta de vida, pequeñas y delicadas aves aparecen en el infinito como surgidas de las profundidades marinas, seres que se acercan a nosotros dando y tomando compañía, recordándonos que no estamos solos en el desierto acuático. Peces luna saltando plateados, sobre la superficie oscura del agua, chorros rorcualinos que se alejan más adentro del adentro, delfines que se confunden con olas, olas que saltan como delfines.