Ocle
A estas alturas del año, un olor fuerte se apodera de todo aquel que camine un poco pegado a las olas. Por esta época, todo el mundo en el Muro da su opinión, pues es es difícil que el olfato mezclado con los recuerdos permanecezca indiferente, así que los comentarios más oídos por el paseo son:
-"A mí gústame, acuerdome cuando era neñu, que andaben les paisanes al ocle con les cestes pa vendelo luego" o el de: "ay, no se cómo te puede hacer gracia esi olor, ye mu fuerte, fío"
- Calla oh!, si ye olor a mar, ¿onde vas a parar?. Y así todos los años.
Por esta época en que el ocle termina su ciclo de vida y decide desprenderse de las rocas a las que había "enraizado" con sus rizomas, se llenan nuestras arenas de esta alga roja, les guste o no.
Fue él el que en un frío y hacinado laboratorio de Salamanca, me devolvió a mi casa al abrir un tarro en cuya etiqueta pude leer luego: Gelidium sesquipedale (Gijón). Es el ocle, que vive sobre rocas permanentemente sumergidas o en los niveles más bajos cubiertos por las mareas, el que nos recuerda los principios del otoño, el que alimentó tantas bocas en el pasado y el que huele a mar.
Pues sí, antaño, se recogía el ocle de arribazón, el que llegaba a las costas tiñendo rocas y arenas de rojiza sábana para luego venderlo y hacer con el agar- agar, conservantes, cola, cerveza o incluso, negativos fotográficos o lubricantes... mmm.
Fue hoy, todavía con aerosoles marinos rondando por mi pelo, que comenzó el otoño para mí. Qué didáctica me estoy tornando, necesito ir a Picos.