domingo, setembro 17, 2006

El rayo verde.

La gente del mar habla poco, en tierra se habla demasiado y muy alto. El zarandeo del barco y el incansable infinito que se abre no dan lugar a muchas palabras, así que los ojos sólo se posan en algún objeto que no sea agua cuando hay que hacer maniobras, ceñir cabos, leer la brújula... El resto del tiempo, la vista es ocupada por un infinito a veces plano, a veces irregular, de olas, marejadillas, mar de fondo y borreguillos que nacen a partir de una ondulación que no se conforma con ser sólo eso, sino que se empeña en romper en espuma blanca.

No es facil de ver el rayo verde. El cielo debe estar limpio, claro, y tus ojos atentos. Julio Verne lo describió bien, no es facil. Es, aparece, a esas horas en las que el cansancio del día va haciendo pesada la cabeza, en las que la cena ya está despachada y Venus ya anda por un cielo del que no se suele bajar.

El rayo verde es fugaz, por eso es una rayo. Un momento a una cierta altura del día, un instante verde que aparece entre el azul grisáceo del mar y el sol que, también cansado, se oculta tímido bajo el horizonte.