Queixa

Me quedaria, te lo he dicho ya ocho, qué digo!, 10, qué digo 23, o 24, o más veces... pero no me crees.

Te conocí cuando la noche ganaba a una luz timida, cuando todo se me caía de las manos y se agarraba a los pantalones para llegar hasta mis pies que se deslizaban sobre tus cuestas.

En aquel tiempo a mí me dolían los oídos, y la garganta, y nunca entraba en calor.

Yo, que ya había aprendído a señalar el norte aunque me dieses quince vueltas con una venda en los ojos, a transformar los abrigos en sacos de dormir y los sacos de dormir en buenos días, a aguantar la respiración sobre la almohada, a hablar a los cactus, a contar historias a los niños de carrito y a más cosas... ahora te dejo. Pero no me lo reproches, tú tampoco fuiste facil. ¿No recuerdas?

A las ocho de la tarde me robabas la comida y al llegar, sólo te y agua caliente me esperaban. Nunca arreglaste aquella lámpara y dejaste a oscuras y triste al pequeño baño que compartíamos con parejas que desayunaban tostadas con mantequilla tras una noche de pasión . Me llenaste de agua y barro mi primera tarde de domingo sin patrulla, desgastaste mis zapatos a base de acelerones y frenazos, me desatabas los cordones, los anudabas entre sí y hacías que me cayese por las calles inclinadas, en los autobuses, en las panaderías..., una vez me caí al río.

Ahora no me crees, sigues sin confiar en mí cuando te digo que me quedaría contigo bajo un puente con goteras, jugando al escondite por el barrio, perdiéndome entre los jardines con puertas de madera.

Ahora que conseguí entenderte a medias y que los castillos vacíos me abren sus puertas sin nada a cambio, ya no te quiero dejar.

No es justo, fue una guerra, la he ganado y no puedo disfrutar de mi vitoria con el sol.