Como hoy llueve, no he podido ir a anillar y mi estómago va a trancas y barrancas desde ayer, no se si por efecto de la sidra o porque las suelas de mis playeros son tan finas que se empeñan en que mis pies nunca entren en calor, pues me dedico a ordenar todo el desorden del ordenador. Grabar música, seleccionar y borrar cosas, quitar carpetas, separar unas, crear otras... Me doy cuenta que he perdido las fotos del tren antiguo, unas fotos en sepia que quizá yo misma borré pero que hoy, al rebuscar, eché de menos. Es un tren cálido, con asientos mullidos tapizados en plástico imitando a la piel y donde siempre te das con las rodillas de quien está frente a ti. Un tren humano con asientos movibles que se adaptan a los dos sentidos, a las idas y a las vueltas con sólo hacer un click.
También me han regalado un libro firmado por su autor que habla de los espejos de la vida, de simetrías humanas, y que ayer empecé. Yo por mi parte, también voy a regalar uno que espero que sea una semilla para quien lo reciba.
¡Qué fríos son los bancos de las estaciones!, siempre de metal helado con agujeritos por donde escurre la lluvia.
No es buen sitio para andar descalza una estación.
Un Wadi en el Barján
El viento arrastra a arena y cuando ésta encuentra un obstáculo, se va acumulando y así, la duna no sólo crece poco a poco, sino que también se va transladando, va viajando.
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